lunes, 2 de noviembre de 2009

LA LIBERACIÓN



Aquí estoy!" —gritó el príncipe, cuando apareció desde el bosquecillo de rosas— “¡Ven conmigo!”.

¿A dónde?” —preguntó la princesa, y se levantó lentamente de su lecho hecho con sacos de yute—.

“¡A la libertad! Rápido” —dijo el príncipe, limpiando con la manga de su camisa, la sangre de su cara—. “Al ver alejarse volando al dragón, he abierto una senda a través de los espinos. ¡Ven conmigo, antes de que vuelva!

¿Por qué?” —preguntó la princesa.

¿Cómo puedes preguntarme algo así? Afuera están la libertad, la vida, la alegría. Podrás dormir nuevamente en una verdadera cama, podrás lavarte, peinarte y vestirte bien.

El príncipe miró el lecho de la princesa y su vestido roto, bajo el que se veía su piel, con una erupción rojiza, que parecía cubrirle todo el cuerpo.


Amo al dragón” —dijo la princesa—.

El príncipe se quedó atónito. “¿Qué? ¿A esa bestia repugnante, desgreñada y escamosa?

¡Si!” —dijo la princesa—, “él puede volar y siempre nos amamos en el aire. La sensación cuando floto muy alto y me aferro a él, mientras me clava su miembro ardiente entre los muslos, es indescriptible.

Es que hay otras cosas…” —dijo el príncipe—.

Si” —dijo la princesa—, “pero no son nada comparadas con esa única sensación”. Y luego observó, sin conmiseración, como el dragón, que acababa de llegar, pisoteó y aplastó al príncipe.

Ven” —le dijo el dragón—, “ven, volemos”. Le abrazó, y juntos se elevaron en el aire.



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